Tres Cuentos Literary Podcast

29 - El Barrio Cothnejo-Fishy - Carmen Lyra - Costa Rica - Autoras

July 02, 2020 Carolina Quiroga-Stultz Episode 29
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29 - El Barrio Cothnejo-Fishy - Carmen Lyra - Costa Rica - Autoras
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El Barrio Cothnejo-Fishy es un cuento satírico que expone las superficialidades, engaños y ridiculeces de las élites de la llamada suiza centroamericana durante la primera parte del siglo XX. En los comentarios hablamos de la obra de la maestra y activista costarricense Carmen Lyra, cuya obra fue ignorada y silenciada después de su muerte.

La bibliografía y los créditos musicales puedes encontrarlos en nuestra página web: www.trescuentos.com

La Voz de Carmen Lyra

Introducción

El 14 de mayo de 1949, María Isabel Carvajal -mejor conocida en las esferas públicas y pedagógicas de Costa Rica, como Carmen Lyra- murió de cáncer, exiliada en México. Esto ocurrió después de que le fue negada la petición humanitaria de regresar a su patria. El día de su exilio, viaje que compartió con otro expatriado, el avión que los transportaba fue ametrallado en la Sabana. Sin embargo, los pasajeros salieron ilesos. Cada bala intentaba silenciar la amenaza que el pensamiento crítico, de Carmen Lyra y su acompañante, representaban para el gobierno de José Figueres Ferrer.

Cuentan que solo fue permitido llevar los restos de Carmen Lyra a Costa Rica, y eso que con renuencia. Al llegar el ataúd, José Figueres Ferrer mandó a abrirlo: quería cerciorarse de que en el féretro venía el cadáver de aquella mujer y no un cargamento de armas. Así, la palabra de esta mujer se convirtió en un arma social que incomodó a muchos, e hizo evidente la desigualdad de la llamada Suiza Centroamericana.

Bienvenida

Cordial saludo a los oyentes de Tres Cuentos, el podcast dedicado a las narrativas literarias, históricas y tradicionales de Latino América. Yo soy Carolina Quiroga-Stultz. En el episodio de hoy, exploraremos parte del agudo y satírico pensamiento de la autora costarricense Carmen Lyra. 

Confieso que, hasta hace un poco más de ocho meses, no sabía nada de esta mujer. Cuando me topé con el nombre Carmen Lyra, encontré muy poca información. Casi todas las búsquedas me llevaban al mismo lugar, a su obra folclórica “Los Cuentos de mi Tía Panchita.” 

Justo, cuando pensaba en buscar una autora diferente, me encontré con el libro, publicado en inglés, “La Voz Subversiva de Carmen Lyra”. ¡No se diga más!, lo tengo que leer, me dije. Cuando el libro llegó a mis manos, lo devoré en un par de días. Estaba fascinada. Fue una especie de enamoramiento intelectual, similar al que tuve con el autor dominicano Juan Bosch.

El texto que escucharán a continuación está en el libro Narrativa de Carmen Lyra, publicado por la Editorial de Costa Rica. Al igual que en el episodio anterior, en esta oportunidad, contaremos con la colaboración de tres voces femeninas, quienes les han dado vida a tres de los cuatro capítulos del texto. Les contaré más acerca de nuestras nuevas voces, cuando lleguemos a los comentarios.

Desde su juventud Carmen Lyra caminó hacia el vórtice del torbellino. Militó en las filas anarquistas y luego comunistas. Se atrevió a hacer lo que otras mujeres de su época llamarían un suicidio social. Dio voz a la realidad no oficial que las élites sociales y el gobierno costarricense se esforzaban por esconder bajo la alfombra. 

 
El barrio Cothnejo-Fishy

Por Carmen Lyra

 I - El barrio (Lectura por Linda Gallo)

En este barrio voy a meter todas las debilidades humanas que me salgan al paso vestidas con un ropaje de importancia y honorabilidad. 

Este barrio será algo así como el retablo de Maese Pedro. 

El fundador de este barrio elegante de la ciudad fue un viejo llamado José Manuel Conejo, un usurero que cuando prestaba ciento era para que al mes le devolvieran doscientos cincuenta. A muchas personas arruinó, mutiló y mató su ansia de acumular dinero bajo sus manos. Pero cosa extraña: cuanto más estrujaba al prójimo y maltrataba, mayor era su prestigio entre las gentes que ponen y quitan gobiernos y mayor el número de consideraciones de que lo rodeaba lo que llaman la buena sociedad. 

Cuando la baja del café allá por el 1890 se quedó con las fincas de muchos de sus deudores. Y estas fechorías añadieron un gran brillo a su aureola. Gustaba de contar que cuando joven, había andado con la pata en el suelo y jalando bueyes y que su fortuna la acumuló con su propio esfuerzo y con el sudor de su frente. Al decir esto último, acompañaba sus palabras con el siguiente gesto: pasaba el dedo índice curvado de su mano diestra por su frente calva, y luego lo chasqueaba con fuerza en el aire. Su hija, doña Ana Benita Cothnejo de Fishy, no gustaba de que su padre trajera a colación estas plebeyas memorias. 

A un su compadre quitó don José Manuel Conejo, por medio de unos complicadísimos y tenebrosos enredos, las vastas propiedades que poseía al norte de la ciudad, que es el lugar donde ahora extienden sus pompas y vanidades de nuevo rico, el barrio Cothnejo-Fishy.

Fishy era un macho que arribó cuando era muy joven a Costa Rica. 

¿Inglés, yanqui? Nunca hemos sabido con seguridad cuál fue su patria. Los que lo conocieron recién llegado, decían que entró al país más pobre que las ratas, con una mano atrás y otra adelante. 

¿Cómo logró meterse en los dominios de Conejo? Dios los cría y el diablo los junta. El caso es que Fishy entró barriendo la oficina de la casa Conejo y acabó casándose con la única hija de nuestro ricazo, Ana Benita Conejo, una muchacha con perfil de gallina y tan boba como una gallina. 

Una vez casado, dijo Fishy que él era noble, algo así como marqués o barón. Se fabricó un árbol genealógico, habló de sus abuelos en un castillo no recordamos si en Escocia o en el País de Gales y, de repente, apareció en marcos, vajilla y papel de escribir, el escudo de la familia, que los entendidos en heráldica describían así: en campo azur un pez de oro nadando, y una leyenda en latín alrededor que los maliciosos traducían así: “Soy voraz como el tiburón”.

Del matrimonio nacieron cuatro hijos: dos varones y dos mujeres que salieron al extranjero y vieron mundo, lo cual disimuló algo la bobaliconada de estas acaudaladas criaturas. 

Ellos se casaron con señoritas de la llamada alta sociedad y ellas con jóvenes también de la alta sociedad. 

¿Qué importaba lo desteñido de las figuras y la tontería que anidaba en los lóbulos cerebrales de hermanos y hermanas, si detrás de ellos se extendían valiosos cafetales, millones en bancos extranjeros y títulos, acciones, etc., etc.? 

El dinero, los viajes al extranjero, los enlaces y las nuevas relaciones con gente encopetada hicieron creer a los hijos de Mr. Jorge Fishy y doña Ana Benita Conejo, que habían ascendido hasta el cucurucho de la escala zoológica, y de aquí el invento de no llamarse más Fishy-Conejo. Eso de Conejo les parecía sumamente plebeyo. Como no era posible suprimirlo, tuvieron una feliz ocurrencia de darle un aire inglés, y así le metieron una “t” y una “h” después de la primera sílaba y se armaron un Cothnejo que daba gusto, con un procedimiento quizás semejante a aquel con que el padre se había fabricado su árbol genealógico y su escudo nobiliario en el que se veía un pez de oro nadando en un campo azur. 

Gracias a esas dos letras, embutidas con todo desparpajo en el plebeyo vocablo, quedó el apellido con una apariencia de inglés aristocrático: ¡Cothnejo! 

Los terrenos robados por el viejo Conejo a su compadre, se dividieron en lotes que fueron bien vendidos a familias escogidas. Se trataba de hacer un barrio aristocrático, de gente decente, es decir que creía tener sangre azul en las venas. La parte N.O. la dedicó la familia Fishy-Cothnejo a levantar mansiones para alquilar a los diplomáticos. En su tontería creían que los diplomáticos son siempre personas decentes. 

El barrio se llamó Cothnejo-Fishy. Un barrio bonito al que siempre los chaufferes llevan a los turistas americanos: casas rodeadas de jardines, unas con aire colonial, techos de barro, ventanas con rejas coladas y unos farolitos en la puerta, otras con columnas, banquillas y fuentes de azulejos traídos de Cuba o de España, garaje, hall, arcos y demás serviles imitaciones arquitectónicas de otros climas que en nada toman en cuenta ni nuestro paisaje ni nuestro ambiente. 

Como el entomólogo armado de lentes, pinzas, frascos con cianuro y yeso o con alcohol, etc., se va a cazar insectos y observarlos, así nosotros vamos al barrio Cothnejo-Fishy a examinar la forma y los hechos de las gentes distinguidas de un centro aristocrático ubicado en Costa Rica, un paisecito de Centroamérica de medio millón de habitantes que tiene mucho de Tarascin. Y los vamos a examinar sin pasión, como el entomólogo podría examinar comejenes, moscas, alacranes, mariposas, avispas, hormigas, cucarachas, arañas, etc., a pesar de la sangre azul que creen corre por sus venas y de la importancia que les puede dar el dinero. 

II - La boda Castro-Cothnejo (Lectura por Carolina Quiroga-Stultz)

Entre dos de las familias del aristocrático barrio se sucedieron inocentes intrigas para concertar una boda. 

Él, Lucho (Luciano) Castro, es hijo de uno de los personajes más brillantes de la época, pues ha ganado grandes honores en los campos del robo y de la explotación legalizados: en incendios, lo cual llevó a su caja un chorro de miles de dólares (es verdad que se achicharraron varias personas, ¿pero eso qué importa?). También ha contrabandeado y como explotador de café ha ganado millones año tras año, mientras pagaba jornales miserables a sus peones. 

Pero, en cambio, doña Guzmán de Castro hizo erigir en la finca La Trinidad, de 300 manzanas, una capilla al Corazón de Jesús, que es una preciosidad del gótico. Es una iglesita llena de dorados y con unas lindas imágenes del Corazón de Jesús y del Corazón de María, que dijérase acaban de salir de un salón de belleza, y que en nada recuerdan a los perseguidos y pobres Jesús y María del Evangelio. 

Además, en el centro de los patios del beneficio de la misma finca, la piadosa señora mandó colocar un Cristo Rey de mármol en actitud de bendecir todo aquello con su diestra, en la cual no se ve el hueco que dejara el clavo que horadó su mano de revolucionario enemigo de los fariseos. A espaldas del Cristo Rey, está la oficina en donde se registra el café que se recibe; ha de saberse que a menudo se engaña en la medida a los que llegan a entregar su café, naturalmente a favor de la insospechable firma Saturnino Castro Suc. 

Además, la Casa proporciona a los peones casa, plátanos y leña una vez por semana; les paga de modo que tengan lo necesario para no morir de hambre, y en Nochebuena reparten entre los peones cortes de zarazas baratas, camisas y pantalones de partida y muñequitas de a peseta entre los niños de los trabajadores. Por todas estas razones los peones creen que don Saturnino es un buen patrón y la familia entera tiene seguridad de que a la hora de la muerte la entrada en la gloria de Dios no se presentará como el hueco de la aguja del Evangelio, sino amplio como La Sabana. 

La esposa de don Saturnino es una señora que juega y bebe. El chauffer de la casa cuenta que a doña Lolita solo el plebeyo ron le gusta. ¡Una aberración de persona distinguida! Eso sí, todo el mundo en el barrio finge ignorar los vicios de la honorable matrona. A veces, muy en la intimidad, comentan estas debilidades de doña Lolita, con más o menos malicia, según la inteligencia de los críticos. 

Don Saturnino y doña Lolita son padres de dos hijos: un hombre y una mujer, ambos considerados como magníficos partidos, en lo tocante a matrimonio. Solo Lucho tiene tres autos, de los cuales el que menos vale es una cuñita monísima Packard, y lo de los tres autos es visto como una aureola por las niñas casaderas de buena familia y las niñas aspirantes a figurar entre la alta sociedad. Estuvo varios años en Europa estudiando para disfrutar de las rapiñas de su padre y volvió agotado, cínico, con veinticuatro años y la misma tendencia a las bebidas alcohólicas de su madre. 

Ella, Cristinita Cothnejo, es también un magnífico partido. Su padre, el banquero Arnoldo Cothnejo Jiménez, maniobró en una ocasión con tal inteligencia, que hizo quebrar un banco que se llevó una gran cantidad de ahorros de pequeños burgueses económicos y él se ganó millones en la maniobra: contribuyó a la consumación de varios empréstitos que dejaron al país muy comprometido; tuvo que ver en cien negocios oscuros y hediondos, todo lo cual le valió en una ocasión la candidatura para la Presidencia de la República. 

Cuando Lucho regresó de Europa de estudiar para parásito honorable de la sociedad, las familias Cothnejo Jiménez y Castro Guzmán movieron los hilos necesarios para concertar matrimonio entre Lucho y Cristinita, a lo cual se prestaron ambos jóvenes. 

Cristinita Cothnejo recordaba a su abuela doña Anita Cothnejo de Fishy en lo del perfil de gallina y en lo boba que era. Pero su herencia y la frescura de una juventud rodeada de lujo la nimbaban de prestancia. 

Por fin, un día, los diarios de la capital anunciaron los esponsales Castro-Cothnejo y sacaron las fotografías de los futuros cónyuges. 

Las amigas de Cristinita organizaron un té de bibelots. Una de las organizadoras era una de las señoritas más pobres del barrio y la organizadora oficial de todos los tés de lino, de rosas, de bibelots que se dedicaban a las doncellas que se iban a desposar. Parece que se cogía el dinero que sobraba de la contribución, y que la pequeña rapiña le ayudaba a confeccionarse alguna toilette o a comprarse un sombrerito o un par de guantes. 

El té de bibelots resultó muy lucido y una dama entrada en años que tenía sus humos de literata, ofreció la fiesta a la novia. Al ver uno el montón de chucherías, se preguntaba qué iría a hacer la aristocrática señorita con tanto perrito, foca, pájaro, florero y muñequito de porcelana y de cristal. 

¡Pobre sirvienta la que diariamente tendría que sacudir el polvo de aquellos cachivaches! 

Las amigas más íntimas de Cristinita fueron nombradas damas de honor. Todas fueron elegidas entre las señoritas de primera de primera. (En las sociedades humanas pasa como en los barcos de lujo, que a veces no solamente hay de primera, sino que a menudo hay primera de primera). Estas señoritas de primera de primera, eran, en su mayor parte, hijas de verdaderos bandoleros que si no fueron a la cárcel o al presidio fue porque robaron de 10.000 pesos para arriba. Las elegidas damas de honor de Cristinita celebraron una reunión para ponerse de acuerdo en cuanto al traje que llevarían en la ceremonia: tela, color, figurín. Fue una reunión trascendental para esas criaturas. 

¿Y los padrinos? Por suerte la familia de Cristinita no tuvo que recurrir a subterfugios como la de su prima María de los Ángeles Fishy que no contaba con herencia ni belleza. Por estas dos razones le habían sonado los veintiocho años sin marido. Cuando ya había perdido las esperanzas matrimoniales, se le acercó un joven de condición humilde que a fuerza de arrastrarse y de ayudar a su amor a obtener enormes ganancias por medio de esas pillerías que los partidarios del individualismo llaman “negocios inteligentes” había logrado alcanzar una envidiable posición. 

El padre de María de los Ángeles, decía en tono laudatorio, refiriéndose a la carrera de su yerno que comenzó tan humildemente a hacer dinero y que gracias a su falta de escrúpulos y a su facilidad para arrastrar la conciencia, iba camino de la grandeza: ¡Es un self made man! 

El caso es que la familia de María de los Ángeles, para no tener que exhibir a los padres y hermanas del que iba a ser marido de ella, entre el mundo elegante que habría de asistir a la boda, decidió que ningún pariente sería padrino, que habría solo una pareja de padrinos: la amiga más íntima de la novia y el patrón del novio, un tal don Estanislao Fonseca, uno de los ladrones más sin escrúpulos que han asaltado el tesoro público del país en complicidad con el Ministro de Hacienda. Pero, ¿quién iba a reparar en ello? Con su plata había ayudado a subir a la presidencia a don Fulano y a don Zutano, y don Zutano lo estimaba mucho. Así se libraron de poner muchachas que no habían aprendido a hacer las monadas que hace la gente de alta sociedad para comer, procrear, abrigarse y dormir. 

Cristinita y Lucho nombraron una interminable cola de padrinos, algunos de los cuales asistirían a la ceremonia por sí y en representación de un personaje que andaba por Europa o Estados Unidos. 

El vestido de novia de Cristinita se pidió por vía aérea a Nueva York, a fin de que la desposada pudiera lucir en su noche de bodas uno de los últimos modelos creados por un modisto de renombre en el mundo elegante. 

III- De cómo se concierta la continuación de la especie en un barrio aristocrático (Lectura por Evelyn Bastidas)

Siguiendo la costumbre en la gente de buena sociedad, los amigos de Lucho dieron a este una comida de contribución para despedirlo de su vida de soltero. Fue una gran comida en cuyo costo tomaron parte casi todos los hombres jóvenes del barrio, los unos con dinero propio, los otros trampeando al prójimo. 

El banquete tuvo lugar en el hotel de moda de la ciudad. Fue un acontecimiento de alto mundo, del cual se ocuparon mucho los periódicos, que publicaron hasta el menú y la lista de vinos. Desde antes de sentarse a la mesa, ya todo el mundo estaba borracho. Probablemente no se dieron cuenta de la serie de platos con nombres franceses que fueron servidos. 

La cristalería y la plata de los cubiertos chispeaban bajo la profusión de luces, mientras la orquesta tocaba las piezas de moda y las carcajadas y las botellas al ser abiertas estallaban en el aire. 

Mientras bebían y comían, se lanzaban bromas obscenas y se contaban cuentos picantes de los viejos del barrio, de las señoritas y matronas. Los mismos hijos, hermanos y maridos, se burlaban de sus respectivos parientes. Había derroche de cinismo elegante, lleno de buen gusto. 

Al mismo tiempo que el novio se emborrachaba rodeado de sus amigos, la novia estaba en su casa, en una alcoba virginal, rodeada de sus amigas, perdidas entre las sedas, tules y encajes del trosseau pedido a París y que costaba quince mil colones. 

En cada mueble, pilas de piezas de los últimos estilos: pijamas de recibir, pijamas de dormir, ropa de cama, mantelería, cortinas. En un sillón, el traje de novia, albo, inmaculado y en su estuche la camisa de dormir que había de llevar en su noche de bodas, hacía pensar en una nubecilla adornada con un ramito de azahares simbólicos. Las aristocráticas doncellas bromeaban maliciosas y se contaban anécdotas subidas de color que las madres y los padres de las respectivas criaturas, no hubieran creído que pudieran    

Cada uno de los amigos de Lucho, que dicho sea de paso era uno de los más borrachos, estampó en unas de las tarjetas del menú su firma: dos poetas escribieron unas redondillas alusivas en las que hablaban de las ilusiones de Lucho y de Cristinita y del cielo azul que cobijaría su amor, y la enviaron a la novia con el gran ramo de rosas que adornaba la mesa. Cristinita recibió las flores emocionada, las flores le parecieron frescas y lindas. ¿Quién podía decir que venían de un ambiente de borrachera y que carcajadas y bromas soeces las habían pringado de saliva? 

A medianoche, algunos de aquellos distinguidos jóvenes habían rodado bajo la mesa, la conciencia perdida en alcohol; los otros se fueron en automóvil a terminar la noche en una hostería de las afueras de la ciudad. 

La hostería era una casa de apariencia inofensiva, pero con un interior sórdido, con unos zaguanes oscuros; por una puerta entreabierta se veía un cuarto con una cama en desorden y sucia en donde dormía un niño de meses con los puñitos apretados bajo el cuello y una mesa en la que un candilito de aceite velaba ante una litografía de la Santísima Trinidad en un buen marco dorado. En el comedor, mesas cubiertas de manteles manchados, con sendos floreros derrengados en compañía de chileros en botellas de encurtidos. El cielo raso estaba adornado con guirnaldas de papel de colores desteñidos y sucios. Rondaban por allí mujeres quemadas por el vicio, vestidas de trajes de un brillo de mal gusto, la cara pintarrajeada. La música de un jazz pirueteaba desganada por aquellos pasillos oscuros y ponía en movimiento de una libidinosidad grotesca a unas parejas. A ese lugar fue a parar la pandilla formada por jóvenes de la crema y nata de nuestra sociedad… 

Allí siguieron bebiendo y prostituyéndose el cuerpo y el alma. Allí cogió Lucho aquella sífilis que treinta años más tarde le produjo la parálisis general que se lo llevó hecho un idiota a la tumba, a pesar de sus maneras que nunca desentonaron en un salón o en una mesa en donde se consagra a una persona como cosa distinguida, o como cosa vulgar, según se conduzca a la hora de comer por ejemplo los espárragos. Así se preparó aquel señoritingo de familia de rango, para celebrar su matrimonio. La sífilis que adquirió esa noche fue la causa de los abortos de Cristina, del niño que dichosamente naciera muerto y que aunque era de tiempo, tenía los ojos, las manos y los pies a medio desarrollar. Fue una sífilis que todavía se presentó en los bisnietos de Lucho y Cristinita y que se manifestó en ojos que eran como fuentes de pus, en sorderas, en narices mal olientes, en paladares hendidos y labios leporinos, en raquitismos, obesidad, gigantismo, corazones enfermos, en abortos de carne macerada, y en todas esas monstruosidades, locuras y deformaciones que hielan el pensamiento cuando se medita en ellos. 

Lucho y sus amigos estuvieron en la hostelería hasta la madrugada. Los chaufferes los sacaron en brazos, hechos unos brutos, que regoldaban alcohol y lujuria. ¡Puah! Los chaufferes que no son gente santa los echaron con asco en los carros y los fueron a depositar en sus respectivas mansiones, la mayor parte de las cuales estaban situadas en el aristocrático barrio Cothnejo-Fishy. 

* * * 

El día de la boda, la residencia Cothnejo-Bonilla parecía cosa de Las mil y una noches, según dijeron los cronistas de moda; los jardines hacían pensar en cuentos de hadas. Todo estaba profusamente iluminado, entre los macizos de plantas florecidas, habían mesitas de confituras. Los salones rebosantes de flores, luces, damas y caballeros de nuestro mundo elegante. Allí estaban congregados todos los que creían llevar en las venas sangre azul. 

A cierta señal, la orquesta rompió con la Marcha de Tannhauser y se inició el desfile: unas niñitas vestidas según la moda de no recordamos cuál imperio, aparecieron cuando las puertas del gran salón se abrieron, cada una con su azafate en donde iban las arras y los anillos; seguía el señor obispo lleno de sagrada pompa y luego unas niñitas con alitas en los hombros, regando de flores la senda de los que se iban a desposar; tras ellas las damas de honor vaporosas y armadas de pies a cabeza como trampas encantadoras de cazar marido; inmediatamente después venía la novia que hacía pensar en una azucena con su traje venido en aeroplano y el rostro nimbado por el velo y los azahares, del brazo de su padre, el honorabilísimo don Pedro María Cothnejo rodeado de la aureola de prestigio que le daban las riquezas acumuladas a fuerza de engañar y explotar al prójimo, y a continuación el desfile de madrinas y padrinos, entre los cuales no había una persona que no se sintiera en el peldaño superior de la escala zoológica. 

El obispo leyó con su voz de persona que va para la infalibilidad, la Epístola de San Pablo; la sonrisa de la novia era una flor nacarada que se abría entre un campo de nieve (así dijo el cronista de moda en la página que escribió sobre la fiesta); el novio sonreía también despreocupado y galante; todo el mundo sonreía… Y entre las venas del aristocrático novio, acechaba como un espectro el treponema pálido de Schaundinn-Hoffmann, es decir, el bacilo que produce la sífilis.  

Y ante los nuevos cónyuges se abría el camino que espera a todo matrimonio del corte de los que se verifican en el barrio Cothnejo-Fishy: vivir en una casa en donde el servicio mantiene todo limpio y los azulejos brillantes, si es que hay azulejos, y los bibelots sin polvo; conversaciones femeninas sobre el honor de las otras mujeres y sobre la infidelidad de los maridos, conversaciones masculinas sobre política burguesa y sobre negocios, comentarios alrededor del último enfermo que se fue a operar a Panamá o a Rochester donde los hermanos Mayo; en la mañanas bañarse en las piscinas de moda; jugar tenis, tés, automóvil, art  istas de Hollywood, de noche jugar bridge, bailes de fantasía infantiles y otros entretenimientos por el estilo. 

Los diarios ocuparon varias columnas en la crónica de la fiesta con la lista de padrinos, de damas de honor, de regalos, etc. Lo que no dijeron fue que entre la distinguida concurrencia hubo personas que se llevaron, como cualquier ladrón vulgar, las cajas de confites y algunos objetos de valor, y que jóvenes de muy buena familia asaltaron la cantina, se emborracharon y se llevaron consigo botellas de whisky y de champagne. 

IV- De cómo se mata el tiempo en un barrio aristocrático de la América Central 

 (Lectura por Valentina Ortiz)

El barrio Cothnejo-Fishy es un barrio alegre y confiado. Ninguno de sus habitantes parece tomar en cuenta la vida que se agita más allá de la frontera imaginaria que lo separa del resto del país. Más interés tienen para estas gentes las nimiedades que ocurren en los barrios aristocráticos de otras latitudes, que las tragedias y dramas que pasan a pocos pasos de ellas. 

Si no hubiera allí tanta cursilería y esnobismo, ese barrio se habría podido comparar con la quinta en donde se narraron los cuentos del Decamerón; mientras a dos millas la peste recorría la ciudad de Florencia sin respetar niños ni viejos, sabios ni ignorantes, los cerdos hacían banquetes con los cadáveres que encontraban en las calles y al sacar el hocico de la macabra pitanza, caían muertos a su vez. Pero creemos que habría sido imposible hallar por aquellos dominios una ingeniosa Pampinea o un caballero espiritual como los tres del prólogo de los cuentos de Bocaccio. 

En fin, cada uno hace lo que puede, y los vecinos de nuestro barrio matan el tiempo a su modo, como a su modo lo mataron las siete damas y los tres caballeros florentinos. Si aquí no hay después del sueño, las comidas y la siesta, cuentos picarescos narrados sobre un tapiz de hierba florida, hay en cambio tés servidos con todas las reglas del buen tono, asaltos, saraos, bailes corrientes, bailes de fantasía, partidas de bridge, pilas de natación, campos de tenis y de básquet, tés de costura además de la misa que se oye en el templo los domingos y a la que se va rodando en automóvil. Fuera de los dominios del barrio, bien pueden la enfermedad y la miseria acabar con el prójimo. En primer lugar, todos somos de la muerte y en segundo, Dios es el que permite que haya ricos y pobres. ¿Cómo oponerse a los designios de la providencia, sobre todo cuando esta lo ha colocado a uno entre los primeros y no entre los segundos?

Un té 

El mismo día, esto es los martes, en que la santa doña Lolita da una candela, un bollo de pan y a veces un cinco a cada uno de los mendigos que llaman a las puertas de su caridad, la señora de la familia de los dinosaurios, ofrece un té a sus amistades. 

Como los códigos del buen tono aseguran que no hay nada que revele más la distinción y exquisito gusto de una ama de casa, que un té servido, esta señora se esmera siempre en pasar por una dama distinguida ante los ojos de sus huéspedes. En cambio, no le importa un comino la opinión que sus criados puedan tener de ella, y la verdad es que estos no la tienen por dama distinguida. Lo curioso es que cuando ella ha creído quedar mejor con sus convidados, hay señoras de esas que están al corriente de cuanta innovación se introduzca en las distracciones de las millonarias yanquis o de las estrellas de Hollywood, que salen murmurando porque puso tapetitos de encaje cuando ahora se usan bordados o viceversa. 

Y esta señora que no se preocupa de si la cocinera y la de adentro y el muchacho de mandados les atrasa el sueldo hasta dos meses, que les rebaja el escaso sueldo cuando quiebran alguna pieza de vajilla y que los trata como si fuera un águila y ellos unos míseros gusanillos, es la misma que sigue al pie de la letra los consejos que ha leído en las revistas acerca de las reglas que se deben tener en cuenta para todo lo que se refiere a tomar el té como una persona de buen gusto; también procura imitar a Fulanita y a Zutanita que han estado en París tomando el té con la condesa y la marquesa cual. Y así, la mantelería de lino es bordada y calada a mano con todo primor; la porcelana auténtica del Japón, ella misma la compró en una tienda de japoneses en Panamá; el servicio es de plata; los platoncitos y canastitas para dulces, de cristal tallado y los floreros y jardineras, verdaderas joyas de cristal y plata. Sabe que la tetera debe colocarse a la derecha de la persona que sirve el té y las tazas y platos a la izquierda, y que las asas deben quedar vueltas hacia la persona que sirve, etc., etc. ¡Si la pudiera ver su madre que de Dios goce, cuán contenta se pondría! Cabalmente esas cosas eran las que la difunta deseaba para su hija. 

Ahora la señora ha dispuesto que el té se tome en el vasto hall y cuando el carrito con el servicio hace su entrada en la gran pieza llena de invitados, se podría quedar bien con ella, diciéndole que aquello recuerda las entradas triunfales de los emperadores en Roma. En tal momento el servilismo distinguido de esta mujer anhela echar mil manos para quedar bien con cada uno de sus distinguidos convidados. En la parte superior del carrito, el servicio de té y en la parte inferior las bandejas con los queques. Sobre el tapete, violetas o pétalos de rosa con artístico descuido. Y por doquier, sándwiches, frutas azucaradas, rosas en las jardineras colocadas de un modo que la señora y las hijas han juzgado lleno de arte, ramitas de espárrago, quequitos y palabras y gestos rebosantes de almibarada cortesía. La radio deja oír los valses o foxes a la moda de cualquier estación transmisora y entre la música, el murmullo de la animada conversación. 

Con frecuencia se formaban bandos entre los invitados: hoy es el bando de las personas que han viajado a Europa y el de los que no han viajado a Europa; otro día el de los que han ido a Europa y el de los que han ido a los Estados Unidos; este martes hay un grupo de los que han sufrido una operación quirúrgica y el de los que han sido operados en Rochester por los hermanos Mayo y aquel de los que han sido operados en Panamá por el Dr. Herrick. ¿A qué decir que en las controversias que se arman, las personas que apenas han sido operadas en una de nuestras humildes Clínicas, no se atreven a abrir la boca y se sienten humilladas? 

Estas conversaciones sobre operaciones quirúrgicas son muy curiosas. Por ejemplo, el matrimonio Martínez-Fernández divide su vida en dos eras: antes de haber ido a Rochester (como quien dice Antes de Jesucristo y Después de Jesucristo); y siempre uno u otro halla la manera de traer a colación el viaje a Rochester. Las señoras sienten un especial deleite en hablar del tamaño de la propia herida y del tiempo que duró la operación. 

Una describe su herida del tamaño de un jeme y su operación que duró dos horas y media; el Dr. Herrick se llevó un susto atroz porque creyó que se les había ido a la otra vida. Las operadas en Rochester hablan siempre de heridas del tamaño de un botón corriente por la cual estos hermanos Mayo que son como magos, han sacado hígado, bazo, riñones e intestinos, les han raspado las adherencias y han vuelto a meter las entrañas por el mismo agujerito, y luego una cicatriz invisible, unas puntaditas chiquititas. No es como esos chambones de aquí que creen que están cosiendo yute. Una matrona muy ignorante pero muy respetable y que además ha ido a Rochester, refiere que los hermanos Mayo le sacaron el cerebro a su hijo Felipe, es decir, lo vaciaron en un vaso como quien vacía un huevo, luego lo lavaron con unos ácidos y se lo volvieron a acomodar y ahí está Felipe frente a los negocios. 

Cuando se trata de viajes, el Dr. González Cothnejo y su esposa Soledad, son los reyes de la conversación. Nadie ha hecho lo que ellos: darle la Vuelta al mundo y visitar la India y el Japón. Lo que no cuentan es de dónde cogieron el dinero para hacer este viaje. Pues no se trata de nada deshonroso, de ningún robo: el Dr. González Cothnejo vendió el café de sus beneficios ganándose el ciento por ciento, mientras pagaba a sus peones salarios de hambre. Y marido y mujer se dieron cuatro gustos: la travesía la hicieron en un magnífico barco, en pasaje de primera de primera. Cuando Soledad, que es mujer de mucho hablar, coge la palabra sobre este tema, no la suelta así no más, y siempre se refiere a las mismas cosas: que su marido caza tigres en la India con un rajah y las geishas por aquí y las pagodas por allá.

Después, cuando ya cada mochuelo está en su olivo, todas estas gentes se comen unas a otras: los invitados censuran ciertas contravenciones de los huéspedes en lo tocante a las reglas que hay para servir el té como lo sirven las personas de educación esmerada: la familia que ha ofrecido el té habla de la voracidad de ciertas señoras que creyeron que todos los sándwiches, quequitos, frutas azucaradas, etc. Eran para ellas nada más. Entre tanto los criados de esta familia de dinosaurios, sudan la gota gorda dejando todo limpio y en su lugar. Generalmente lo que les toca son las boronas que han quedado en las bandejas y en los platoncitos y canastitas de cristal tallado, Y ¡ay de aquel que quiebre una pieza! Y mañana bien temprano a que la lavandera lave la mantelería de lino bordada y calada a mano con todo primor. Si la señora no le paga el trabajo con puntualidad, la mujer esperará. Estas damas del aristocrático barrio tienen tantas cosas importantes en qué ocuparse, que no es posible atender también las exigencias del servicio.

Mañana también en esta casa en donde se dio el té del cual hablarán los periódicos de la ciudad en su sección del MUNDO SOCIAL o NOTAS DEL GRAN MUNDO, entrará el basurero por la puerta por donde entran y salen la cocinera, la lavandera, la de adentro y toda la gente que la familia de los dinosaurios considera que no es “decente”, y el hombre se llevará en su carro las basuras y suciedades que quedan en una casa aristocrática después de una fiesta a la que han concurrido solamente personas distinguidas.

1923.

 

Comentario

Queridísimos y queridísimas oyentes, es la hora de hablar de la vida y palabra de Carmen Lyra. Antes de comenzar a ahondar en los turbulentos tiempos en los que ella vivió, me complace presentarles a las contribuyentes de este episodio, en orden de aparición.

Linda Gallo, quién leyó el primer capítulo es colombiana. Es cuenta cuentos, actriz, maestra de creatividad y juego. Con más de 20 años de experiencia en la escena. Sus espectáculos han sido invitados a importantes festivales de narración oral en Latinoamérica, Centroamérica y parte de Europa. Linda tiene un doctorado en Educación con Especialización en Mediación Pedagógica de la Universidad de La Salle. 

Evelyn Bastidas, quien leyó el tercer capítulo, es colombiana. Su pasión por la comunicación asertiva le ha permitido experimentar, en diferentes frentes, como el arte, la programación neurolingüística, la espiritualidad; en especial, en el campo de comunicación organizacional.

Por último, Valentina Ortiz, quien leyó el último capítulo es mexicana. Es escritora, compositora, música y actriz, ciudadana del mundo y narradora multilingüe. Apasionada por la naturaleza, la comunidad y las tradiciones. En sus actuaciones, entrelaza la música y las historias, con las que crea un viaje que lleva al público, desde la antigüedad y los reinos míticos, a las escenas de hip hop de nuestro mundo moderno.

Pueden encontrar más información acerca de nuestras voces femeninas en nuestra página web: www.trescuentos.com

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Iniciemos, pues, hablando de la vida de la costarricense María Isabel Carvajal, conocida como Carmen Lyra. La maestra, escritora, periodista y líder comunitaria nació en 1888 y murió en 1949. Lejos de su patria, por haber luchado por la reivindicación de los maestros, por su crítica a las élites, al gobierno y a la compañía bananera United Fruit Company; y por su participación en la guerra civil de 1948. 

Flora Ovares y Seidy Araya (año), en su artículo “Ensayo y Relato en Carmen Lyra”, afirman que, gracias a ella, se dieron “los primeros programas de educación preescolar y la primera revista de literatura infantil en el país”. Además, en conjunto con Luisa González, Lyra fundó la Escuela Maternal Montessoriana, el primer centro de educación preescolar en Costa Rica. 

Ovares y Seidy mencionan, también, que Carmen Lyra, como intelectual de la época, hacía parte de la “militancia de corte antiimperialista nacionalista y americanista que se manifestó tanto en actividades de tipo cultural y educativo como en el afán de aproximarse a los grupos populares e integrarse en sus luchas”. En consecuencia, estos grupos comenzaron a plantear alternativas a la crisis de la democracia liberal. Como fruto de esto, los sectores obreros y artesanos fundaron, en 1921, el Partido Reformista.

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Existen dos anécdotas significativas del activismo de Carmen Lyra. En 1919, cuando tenía alrededor de 31 años, lideró, junto con otras maestras de escuela, una marcha que culminó en el incendio del edificio donde operaba el periódico oficial de la dictadura de los hermanos Tinoco. Carmen logró evadir la captura. Y como consecuencia de la manifestación, devino la caída de la dictadura. Más tarde, en 1925, dos años después de publicar el cuento que escuchamos, Lyra y otros intelectuales latinoamericanos denunciaron el crecimiento imperialista de los Estados Unidos. Cuyos marines, habían invadido el vecino país Nicaragua, primero en 1912; luego en 1927, cuando estaban en busca del líder popular César Augusto Sandino. 

En esta línea, Lyra hace una reflexión crítica acerca del arte conformista. Ovares y Araya (año) comentan: “Carmen Lyra adopta esa estética literaria del realismo socialista y parte de la descripción de la dependencia y la miseria del continente, para oponerse al postulado del ‘arte por el arte’, en nombre de una literatura ‘que revele vigilancia y muestre oposición y rebeldía contra el desorden establecido y oficial del capitalismo.” En otras palabras, para la autora costarricense, la literatura debía servir para exponer la realidad, y así, liberar a la clase trabajadora, en lugar de servir de distractor de la ociosa burguesía.

Ovares y Araya continúan explicando que, al tratar el tema urbano, Carmen Lyra mostró “los vicios de la burguesía y las condiciones marginales, desmitificando el estereotipo de Costa Rica como un lugar paradisiaco”. Esto lo vimos claramente en el texto que escuchamos al principio. También, me hace recordar que hace casi cuatro años, antes de que los Estados Unidos eligiera al actual presidente, escuché a más de una amiga mía decir “Si Trump gana, me voy para Costa Rica”. 

En aquella época, aun no conocía el imaginario que se había tejido alrededor de dicho país centroamericano. Todo lo que había escuchado es que tenía unos excelentes estándares de vida. Que este país está habitado por muchos extranjeros y que goza de gran belleza. Sin embargo, después de investigar, viajar y hablar honestamente con otras personas que lo han visitado, concluí que algunos aspectos son ciertos, pero otros son producto de un trabajo de imagen publicitaria muy fuerte. 

Por su parte, Elizabeth Rosa Horan, en su libro The Subversive Voice of Carmen Lyra (2000) – La Voz Subversiva de Carmen Lyra-, asegura que el cliché que ataca Carmen Lyra todavía existe. Aquella imagen tan querida que la industria turística transnacional presenta de Costa Rica es de un paraíso, de clase media europea, de paz y amor. 

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Pero regresemos a lo que Ovares y Araya analizan acerca de la prosa de Carmen Lyra. Las autoras expresan que “Los cuentos plantean que la inmoralidad, la miseria y la ignorancia son mantenidas sistemáticamente por las clases dominantes y los intereses económicos tanto foráneos como nacionales, que dirigen la explotación de los trabajadores”. Actualmente, lo vivimos de cerca, en el país, con las protestas de los afro-americanos contra la injusticia y el racismo sistémico. Ciertamente, hay quienes se benefician de mantener a otros subyugados.

Al respecto de la lucha de clases, la explotación y la imagen paradisiaca que de Costa Rica tuvo y tiene el mundo, en 1935, en el artículo publicado en la revista Trabajo llamado “La ciudad de San José vista a través de una conciencia”, Carmen Lyra escribe: “Don Luis Quer y Bouie, exministro de España en Costa Rica […], escribió el libro ‘Costa Rica, la Suiza Centroamericana’, como muestra de gratitud, a los que se han quedado aquí, echándole incienso a su recuerdo. Hay que tomar en cuenta que el exministro Quer y Bouie pasó la mayor parte de su tiempo dando banquetes, haciendo pedidos de bustos de Vásquez d’Coronado, en recepciones oficiales y particulares y en otros menesteres por el estilo […]. No es de extrañar, entonces, que por acá la propiedad está muy bien repartida, que no conocemos la miseria y que este es el mejor de los mundos”. De nuevo, este comentario de la autora me recuerda lo que muchos no se cansan de decir por aquí: Los Estados Unidos es la tierra de la libertad, pero yo siempre les pregunto: libertad, ¿para quién? 

Lo cierto es que la revista Trabajo, en la que Lyra publicó dicho artículo, era una iniciativa del partido comunista, de bajo costo, que permitió a una población letrada, pero mal paga, acceder a la lectura. Dicha iniciativa, también atrajo la atención de la embajada estadounidense en San José, que, hasta ese momento, había visto este país, como una zona segura para el imperialismo americano. 

Elizabeth Rosa Horan expone que, en 1933, el director del FBI, J. Edgar Hoover, escribió una serie de reportes sobre Carmen Lyra, en los que afirma: “Su prestigio como maestra e intelectual y su posición en el sistema educativo la hacen peligrosa como oradora pública en demostraciones […] ella y otras maestras son evidentemente las principales organizadoras de clases nocturnas para trabajadores […] esta mujer será un factor que considerar a futuro en cualquier movimiento radical en Costa Rica.”

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En el mismo artículo Carmen Lyra a critica al poeta salvadoreño Salarrué quien llamó a Costa Rica “Isla hermosa, isla dulce, isla armoniosa”, diciendo “Si partimos del centro de la ciudad de San José hacia cualquier rumbo de la zona de los vientos, encontramos que las casas decentes y las moradas lujosas van quedando atrás para dar lugar a los dominios de la gente obrera, a los barrios populares […]. Las casuchas sucias y feas se van corriendo hacia afuera con un gesto humillado que recuerda al de los perrillos sarnosos que huyen con el rabo entre las piernas […]. Pienso en la idea que tendrán entre la mollera los costarricenses que repiten complacidos aquello de que ‘San José es un Paris chiquito’. ¿Creerán que en París todo se vuelve calles hermosas, palacios magníficos, jardines versallescos y señoras y señores muy elegantes? Quizá ignoren que en París, del lado de Ménilmontant, las calles y las casas sudan mugre y que las Buttes Chaumont se parecen al Barrio Carit o el de Pitaya.”

Al comparar las fechas de publicación del artículo de Carmen Lyra en 1935 y del cuento satírico que les narramos al principio “El barrio Cothnejo-Fishy” en 1923, se evidencian 12 años de diferencia. Lo que nos muestra que Lyra ya llevaba tiempo haciendo observaciones agudas y diseccionando las teatralidades de su sociedad. 

Les compartiré un último extracto del artículo escrito por Carmen Lyra: “Isla hermosa, isla dulce, isla armoniosa. Hay un chinchorro que pertenece al Crédito Hipotecario. Cuando uno lo ve por la parte de atrás, piensa al punto en un cadáver medio podrido al que se le ven las costillas y las tripas; ¡Y cómo hiede este inmueble que pertenece al Estado! Por el centro del solar, discurre una acequia fétida y cerca de la entrada hay un excusado por cuyas vecindades hay que pasar con la nariz tapada. A la orilla de la acequia, juegan descuidados unos niños y se abren unas florecitas amarillas muy delicadas. En la época de las epidemias, este chinchorro se vuelve centro de operaciones de los microbios. Dicen que cuando la peste de la tosferina y del sarampión, la muerte tuvo en este lugar una magnifica cosecha. Lo malo es que los bacilos no respetan y a veces se van en el aire y llegan a hacer desastres también en los barrios aristocráticos”.

Este último párrafo me recuerda a las favelas brasileras y a muchos otros barrios y comunas en América Latina. Y aquí, en Estados Unidos, que están a la esquina de los barrios de las élites. También, me hace pensar que, con esto del Covid-19, hay mucha gente que parece no importarle la vida de los otros; especialmente, la vida de los más desprotegidos y de las minorías, quienes, sin tener otra opción, deben salir a trabajar, llueva, truene o relampaguee. De hecho, las estadísticas muestran que algunos de grupos más afectados no son solo los adultos mayores, sino los afroamericanos y los latinos.

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A pesar de la incisiva crítica que han escuchado acerca de Costa Rica, esto no significa que la cosa haya continuado así hasta nuestros días, o que cada vez que un extranjero llega, los ticos vayan a encerrar con llave lo que les avergüenza. Por regla, aquí y en la Conchinchina, a los turistas siempre los llevan a las partes presentables de la ciudad. Solamente, en el verdadero deseo de conocer los vericuetos de cada lugar, es que  un extraño puede acceder a aquello que es de real conocimiento de sus habitantes.

A favor del país centro americano, Jeana Paul-Ureña (año), en su artículo ‘Voces sublevadas: Escritoras costarricenses develan la Historia y vislumbran el futuro de su país’, expresa: “Aunque [Costa Rica] ha tenido rebeliones y épocas inestables, el país nunca ha experimentado las tragedias de la guerra en el grado que sus vecinos. Incluso en 1948, después de la guerra civil, Costa Rica tomó la decisión de abolir el ejército y recolocar el presupuesto militar en la educación, las artes, la cultura y la salud.”. Todo esto, por supuesto, sucedió después de la muerte de Carmen Lyra. Pienso que su insistencia -en el frente educativo, literario y obrero- dio buenos frutos.

Pero los cambios de inclinación socialista, ejecutados por dicha nación, no llegaron sin que el ojo del águila estadounidense los aprobara. Paul-Ureña asegura: “Una de las condiciones para evitar una invasión estadounidense fue la ilegalización del Partido Comunista y el exilio de sus líderes; entre ellos Carmen Lyra”, o sea que, hasta aquí, llegó la mano del Tío Sam.

No se sabe si para continuar quedando bien con el titán del norte, un par de décadas después de la muerte de Lyra, Costa Rica escogió recordar solo una parte de la obra de la autora. En consecuencia, lo que la cultura oficial aprobó de ella fue el rótulo de maestra y, por ende, su contribución a la literatura infantil, en los ‘Cuentos de mi tía Panchita’.

Al respecto, Ronald Rivera Rivera, en su artículo “Carmen Lyra: un tabú”, señala que la obra de esta maestra soltera de kindergarten fue sometida a una suerte de purificación, “a una purga ideológica […] y fue redimida por la cultura nacional una vez que se había exorcizado su pensamiento político-social, para lo cual fue necesario dejar solamente la imagen inocua de la niña Chavela” (así se le conocía por ser de corta estatura). Es como si el lado activista de Lyra atentara con la imagen pura de la maestra de preescolar. Es como si ella no pudiera ser las dos al mismo tiempo. 

Hacia el año 1970, Carmen Lyra toma fuerza de nuevo, con el cambio de gobierno y el fortalecimiento del debilitado partido comunista. Sin embargo, los reconocimientos que la autora recibió aún seguían ligados a su profesión de maestra y a su relación con la niñez. Rivera expresa que “El quehacer de esta autora como intelectual de profundo compromiso social, comunista, antioligarca, anticlerical, anarquista y feminista, así como los textos que representan esta parte de su pensamiento, como por ejemplo las series de cuentos El Barrio Cothnejo Fishy (1923), Bananos y Hombres (1930) o su ensayo político El grano de oro y el peón (1933), quedan completamente desconocidos y en silencio. Simplemente, no encajan dentro de la imagen de la escritora que oficialmente se estaba construyendo por parte de la cultura dominante a inicios de 1970.”

Ahora, no crean que dicho rechazo solo sucedió después de su muerte. Ronald Rivera cita las palabras de Carmen Lyra: “Mientras yo estuve pegando piadosos remienditos sociales en la escuela y escribiendo prosa romántica con metáforas inofensivas para la injusticia que me rodeaba, tuve fama de ser excelente persona de buen corazón y una ‘fina’ escritora. Pero cuando me di cuenta que había que hacer algo más que remiendos sin trascendencia, que había que luchar directamente contra el régimen capitalista, causa de la situación económica y social dentro de la que vivía, que había que escribir contra intereses creados y me metí de lleno en el Comunismo que ataca el origen del mal, entonces la gente cambió de opinión con respecto a mí; ahora dicen que estoy loca, que tengo envidia del bien ajeno, que ya no escribo como antes, que he decaído en el arte de la literatura”. 

Pienso que lo que vivió la autora, les ha pasado a tantos otros y otras, que han abiertos sus ojos y hablado con honestidad acerca de los desequilibrios sociales. Quizá a la gente no le gusta de a mucho escuchar o ver las otras caras de la realidad, nada mejor que vivir en un cuento de hadas.

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Hay que darle gracias al escritor e intelectual Alfonso Chase, quien se abocó por décadas a rescatar y explicar la obra de Carmen Lyra. Gracias a él, y otros más que le siguieron, es que hoy podemos, con deleite, escuchar la franca voz de esta poderosa mujer. Aunque, para Rivera, Lyra continúa siendo un tema de conversación espinoso para muchos.

Antes de terminar el programa, quiero brevemente mencionar que, si tienen la oportunidad de adquirir el libro Narrativa de Carmen Lyra, deberían leerse el texto llamado “Bananas y Hombres” que expone las condiciones de los trabajadores bananeros. En él, afirma que el fruto es más importante que el ser humano. Dicho artículo fue el que le hizo, a Carmen Lyra, ganarse la enemistad de la United Fruit Company. Pero las rapacidades, la masacre cometida en Colombia en 1928 y los desmanes de dicha compañía son otro cuento, para otro episodio.

Al igual que Carmen Lyra, quien a través de su prosa trató las desigualdades que la frustraban en su trabajo como maestra, la argentina Alfonsina Storni dedicó su poesía, ensayo y periodismo a quejarse y burlarse de las superficialidades de ambos sexos.  Y esto lo veremos en nuestro último episodio de la serie Autoras Latinas. Nos escuchamos en dos semanas. Hasta el siguiente cuento. Adiós, adiós.


 

La muerte de Carmen Lyra
Bienvenida
El Barrio Cothnejo-Fishy - Cap. I (Linda Gallo)
El Barrio Cothnejo-Fishy - Cap. II (Carolina Quiroga-Stultz)
El Barrio Cothnejo-Fishy - Cap. III (Evelyn Bastidas)
El Barrio Cothnejo-Fishy - Cap. IV (Valentina Ortiz)
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